miércoles, 6 de abril de 2016

AQUELLAS DIVERSIONES DE LA INFANCIA. (Poner los pájaros)


 
Cuando en Tharsis se disfrutaba del pleno empleo, nuestros padres, después del trabajo en la Compañía, podían canalizar su tiempo libre en las pocas actividades disponibles entonces. La afluencia al Casino, sobre todo los fines de semana, era ampliamente secundada. Había también algunos colectivos donde participar: Las Hermandades de Santa Bárbara o de la Peña, el Club Atlético Tharsis; o formar parte de los Comités de Empresa que periódicamente resultaban elegidos en el trabajo y por categorías.
Nosotros, los hijos, debíamos de buscar alternativas para jugar y divertirnos cuando salíamos de la Escuela Grande; siempre que nuestro padre no nos hubiera apuntado a clases particulares. Pero esa era la tónica general, que las tardes las teníamos ocupadas con las clases de D. Manuel Rojas o Juan el Pintor, entre otros. Estas clases de apoyo, complemento de nuestra escolarización organizada por la Compañía, tenía gran aceptación entre nuestros padres, aunque la pedagogía utilizada fuera  “la letra con sangre entra”.
Pero incluso después de tener las tardes ocupadas sacábamos tiempo para organizar nuestras diversiones; sobre todo en verano, cuando los días eran más largos que las noches.
Muchos de nosotros  nos iniciamos en la caza de aves de canto: jilgueros, jamases, verderones y chamarices. Esta afición, que aprendimos de los mayores, o de nuestros padres, nos llevaban a practicarla por nosotros mismos organizándola a nuestra manera.
Primero  teníamos que preparar la “liria”, el pegamento utilizado para que a las aves se le pegara las plumas y al no poder volar quedaran a nuestro alcance. Para ello recorríamos el pueblo buscando suelas de zapato que llamábamos de “crepé”, o de “tocino”. Eran zapatos de cierta clase, no utilizados por la mayoría, porque lo que más encontrabas eran suelas confeccionadas con restos de neumáticos.
Después de conseguir algunas suelas, mayormente de zapatos de niños, teníamos que hacer un fuego en una lata. Echábamos el “crepé” en pequeños trozos que removíamos   con un palo,  y cuando creíamos que estaba a punto le añadíamos un poco de "perrubia". Seguíamos moviendo hasta que la pasta se homogenizaba, se  apartaba del fuego y dejamos enfriar.
La prueba definitiva venía el día que íbamos a poner los pájaros. Cargados con nuestro “arbolete”, nuestras jaulas de los reclamos, con nuestro jilguero favorito; acostumbrado a cantar en el campo. Nuestro "jama" del año anterior, con la pechuga granate, y nuestro buen ramillete de cardos. Ese día te levantabas más temprano que de costumbre sin que nadie te llamara, y cuando apenas empezaba a amanecer, marchabas a los sitios de costumbre. Los más cercanos: el Huerto el Buche, el pozo de las Culebras o el dique Grande. Los más lejanos: el cerro de los Gatos, el puente de la Lechera, o la Peñita.
Una rama de jara, más fina que un lápiz, a la que quitabas la corteza, nos servía para confeccionar las “varetas”. Después, con los dedos impregnados en agua o saliva,  la cubríamos con liria dándole vueltas. Terminada esta operación se sujetaba con la boca por un extremo para buscar un trozo de "gamón", de dos a tres centímetros, que nos servía para unirla al arbolete.
Cuando lo teníamos  “adornado” con cinco o seis ”varetas”, a modo de perchas donde se posarían las aves a la llamada de nuestros reclamos, o de nosotros mismo imitando un reclamo; nos tocaba esperar escondido a cierta distancia entre algunas matas de jara o un paredón.
Para que se diera bien el día, el tiempo tenía que acompañar. Primero que pasaran pájaros.  Que tampoco hiciera mucho sol porque brillaba la “liria”,  se asustaban y pasaban de largo o posaban en el suelo. La niebla tampoco era buena, porque el rocío se depositaba en las "varetas" y no pegaban.
Esto, que hacíamos siendo niños, ahora nos parece cruel. Aunque hoy día también se estila ir de pesca y una vez capturado el pez ponerlo en libertad, las aves que capturamos de esta forma, una vez llegados a casa las soltábamos; menos el jilguero más bonito, que lo preparamos  para el reclamo o para la “jarilla”.

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