jueves, 5 de noviembre de 2015

EL OTOÑO EN THARSIS


 

Las grandes precipitaciones de estos días nos recordaban las de otros años, cuando todos éramos más jóvenes y el día de los difuntos hacia un frío que “pelaba”.  Intentabas combatirlo yendo más  aprisa o corriendo a los sitios, porque nadie tenía coche y andar era una necesidad. Pero si te caías, parecía que con el frío te dolía mucho más, y cualquier rasguño lo curábamos con saliva. Recordamos aquellas mantas de agua acompañadas de truenos, que nos hacía dudar si quedarnos en casa o andar el camino hasta la Escuela Grande.

En aquellos días de temporal, al salir de la escuela  siempre encontrábamos  una buena diversión para el mal tiempo; ponernos las botas de agua, negras y frías, y salir a chapotear charcos. Qué ilusión nos producía que se hubiera acumulado el agua en cualquier sitio para pasar corriendo, o ir a inspeccionar si las escorrentías del pueblo arrastraban mucha agua. Aunque en estas inspecciones alguna vez cometíamos la imprudencia de refugiarnos en los ojos de algún puente, porque lo veíamos hacer a otros niños.

Después era normal volver a casa con las botas llenas de agua, por haber calculado mal la profundidad de un charco, o porque las batallas que organizábamos  nos empapaba todo el cuerpo. Tu madre te reñía y tenías que esperar sentado a la copa.

La lluvia, que ablandaba el terreno pedregoso que se había mantenido seco durante el verano, facilitaba otra de nuestras diversiones, jugar al “foche”. Consistía en clavar un pincho, pero preferíamos una lima, las cuadradas mejor. Una de las formas de jugarlo era trazando un círculo en el terreno que dividíamos entre los participantes, y con cada clavada de la lima íbamos restándole terreno al contrario. Perdías la vez cuando no te clavaba,  o porque se hubiera pactado las veces que tiraba cada uno.

Nuestros padres, por aquellos años, acudían a lo poco que ofrecía el pueblo de entretenimiento, el Cine o el Casino. Para saber la película que proyectaban tenías que llegarte a ver la cartelera que se ponía a la entrada, y donde una tira de papel en blanco que se pegaba al cartel,  “autorizada para todos los públicos”, te indicaba que podías asistir.

La chiquillería ocupábamos el “gallinero” de los bancos, más cerca de la pantalla y donde nos juntábamos con otros amigos esperando a que se apagara la luz para acomodarnos en los asientos. Después del Nodo aparecían los créditos de la película, y en las que más participábamos, en el sentido de aplaudir o gritar cuando llegaban los “buenos”, eran las de romanos y las de indios.

A media película se producía el reglamentado descanso, que aprovechábamos para comprar alguna chuchería en los puestos que se ponían a la entrada,  o hacer alguna necesidad  por los alrededores. Había también, que bien por la película o porque el cuerpo no aguantaba, cuando se encendía la luz se veían en el suelo los regueros de aguas menores que los más pequeños habían evacuado en la penumbra.

Al Casino, donde se han celebrado todo tipo de acontecimientos: Bodas, fiestas, mítines, espectáculos o concursos; cuando se instaló uno de los primeros televisores acudían más socios para ver programas como Noches del Sábado; pero cuando más concurrido estaba era por las retrasmisiones de los partidos de fútbol. Aunque la televisión en color  tardaría años en llegar, la directiva optó por ponerle una pantalla en color, lo que hacia que las personas aparecieran  con la cara de un color  y el cuerpo de otro, dependiendo a la altura  que quedaba la raya de colores. Aquel mal apaño duró poco tiempo, y acabaron quitándolo.

En nuestra etapa del Club Juvenil, donde los jóvenes contábamos con ese lugar de encuentro, el otoño, con sus luces mortecinas y nuestros sentidos encaminados a futuras responsabilidades, no impedían relatarlo en jocosas estrofas, como hacía nuestro amigo Paco Gallardo en la revista del Club.
 
Ahora vienen las tormentas
y el Paseo solitario
quedará como un desierto
parecerá que está muerto
todo será ordinario.
A finales de Septiembre
vienen las lluvias con prisa
y apetece lo caliente
y los domingos a misa.
Los kioscos cerrados
ya se marchan los helados
ahora vienen las castañas
¡dame tres pesetas, niña!
¿se enfriaran hasta casa?
 

 

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