jueves, 27 de febrero de 2014

MEDICINA Y MINERÍA EN THARSIS. 1956-1966. 2ª Parte.


 
Como inciso, comento ahora que desde recién llegado a Tharsis en 1956 y hasta que me vine, 10 años después  “heredé” con satisfacción y honra, al morir el Dr. D. José Díaz Riestra, el cargo de Hermano Mayor de la Virgen de la Peña, cuyos componentes de la Junta directiva eran, mis ya buenos amigos: Juan Macías, (Secretario de la Hermandad); Antonio Vélez Arcos, (¡Qué gran amigo, siempre entusiasta y  con el que compartí muchas cacerías!); José Rigores Camacho, (algo mayor que nosotros, buena persona, serio y muy sensato); Manolo Moguer,  (con el que pronto hice buena amistad);  otros amigos (cuyos nombres no recuerdo); y por supuesto, con el beneplácito de nuestro inolvidable párroco, D. Juan Núñez, persona extraordinaria y de un optimismo, simpatía y amabilidad en su trato, encomiables. En los primeros días de mi llegada al pueblo, como todas las calles me eran desconocidas, me llevaba de paquete en su Lambreta a hacer los avisos médicos a domicilio.

A su marcha del pueblo le sustituyó D. Juan José Lucas Escobar, Sacerdote ejemplar que además tenía  la carrera de médico. Era todo bondad, humildad, espiritualidad y amor al prójimo. Vivía solo y precariamente en una casa de la Plaza San Benito, con solo una cama, unas sillas, una mesa y pocos cacharros de cocina.

Recuerdo una ocasión en la que un pobre hombre enfermo y desconocido, le pidió ayuda.  Le dejó su casa y su cama  al pobre, y marchó D. Juan José a dormir a la posada de Juana. El enfermo se puso bien en unos días, pero estaría tan a gusto en la casa del Cura, que tardó más de un mes en dejarla libre. Nunca, en ese tiempo, se quejó ni comentó nada D. Juan José.
                                                        
En otra ocasión, un día antes de la visita del Obispo a Tharsis, vino a nuestra casa para pedirnos prestada una bandejita y un pañito, “por si el Sr. Obispo quería tomarse un vaso de agua”.

D. Juan José Lucas sigue con vida en su ancianidad, acogido en el Asilo de Ancianos de Huelva.

También durante 10 años fui el Médico en la Federación Andaluza, del Club Atlético de Tharsis; siempre estuvimos en 2ª Regional, pero el equipo nos dio  muchas satisfacciones deportivas. El jefe de Talleres, D. Juan Timony,  de carácter campechano y afable, fue durante mucho tiempo el factotum del club, no recuerdo si como Presidente, asesor técnico, entrenador, o algo de todo ello.

Uno de sus buenos jugadores, Isabelo, ha sido años más tarde entrenador del Recreativo de Huelva, y tuvo un comercio de deportes cerca de mi domicilio, por lo que nos seguíamos viendo; ahora menos, desde que cerró su tienda hace años.

Pasemos a relatar cómo funcionaban en aquel decenio los servicios médicos  en el Hospital minero de la Compañía  y en el pueblo.

El antiguo HOSPITAL, (propiedad de la Compañía, como todos los edificios y viviendas del pueblo, estaba destinado exclusivamente a la asistencia del personal lesionado en el trabajo, y a todo lo referente a la prevención de Enfermedades Profesionales y Accidentes de Trabajo.

                                                                         

 
Los accidentes laborales  eran asistidas por nosotros hasta su curación, causaran o no baja transitoria, quedando hospitalizados cuando las lesiones así lo requerían. Para los accidentes graves, la Empresa tenía un concierto asistencial con el Dr. D. Francisco Vázquez Limón, eminente Cirujano y Traumatólogo, (ya fallecido) en su clínica de Huelva, bajo cuya jefatura y dirección trabajábamos los cuatro médicos de la Compañía, aunque cada Centro (Tharsis, La Zarza, y Corrales) era autónomo e independiente.

Los accidentados graves eran enviados a la capital en ambulancia o en coche, según los casos, y cuando volvían de Huelva por terminar el tiempo de hospitalización en la clínica, seguían siendo asistidos en nuestra consulta del hospital  hasta una última visita al Dr. Vázquez Limón, que autorizaba o disponía el Alta laboral.

(Fue decisivo en mi futuro profesional,  el Informe escrito que emitió D. Francisco, cuando vivía yo en Huelva, alabando mi profesionalidad, documento o aval que me exigían para la solicitud del título de Traumatólogo, que conseguí en Mayo de 1967).  Poco después desempeñé esa especialidad en el Ambulatorio Virgen de la Cinta  en Huelva, hasta que me jubilé a los 70 años.

Las misiones preventivas de los Servicios Médicos de Empresa, muy controladas con inspecciones periódicas frecuentes e imprevistas, procedentes de la Organización nacional en Madrid (OSME), ocupaban una gran parte de nuestro tiempo de trabajo, tanto del médico como del ATS, en el hospital o en visitas preventivas a los locales de trabajo.

Muy importante era el tema de los Reconocimientos Médicos en sus distintas variantes: Reconocimientos Previos al ingreso de los trabajadores en la Empresa para comprobar su aptitud. Reconocimiento Periódicos anuales a toda la plantilla. Reconocimiento Periódicos especiales a los trabajadores con riesgo de Enfermedad Profesional, (principalmente Silicosis). Reconocimientos ocasionales tras ausencias laborales prolongadas por enfermedad, accidente, u otras circunstancias.

Todos los reconocimientos médicos quedaban detallados en una Ficha Médica personal de varias hojas muy grandes, que se  archivaban en su correspondiente y abultado sobre individual.  Cada Reconocimiento suponía  una entrevista con antecedentes personales de salud, estado actual, exploración física de los distintos órganos y aparatos del  trabajador, radioscopia o radiografía, más análisis de sangre y orina.

Los Jefes de las plantas de trabajo nos iban enviando al hospital a los operarios en pequeños grupos, previamente acordados horarios y número de trabajadores.

El trabajo burocrático era tal, que ocasionalmente durante  semanas, varias veces al año, nos enviaban de las oficinas de la empresa a un funcionario, mi estimado amigo y colaborador, Santiago Osorno, al que no he visto desde hace 48 años, aunque supe de él alguna vez a través de la prensa de Huelva.

En el primer trimestre de cada año teníamos que enviar a la OSME, una “Memoria Anual Reglamentaria” del año anterior, con datos y resultados clínicos y estadísticos de nuestro trabajo, además de un completo estudio escrito de cada uno de los accidentes graves de trabajo.
                                        
La incomparable y primorosa Miss Phillis Trace Grey, era la Jefe y el factotum del mantenimiento y dotaciones del antiguo Hospital, que no carecía de nada: desde un autoclave, laboratorio clínico, sala de RX y cuarto oscuro para revelación de placas  radiográficas, varias salas de hospitalización, despachos médicos, sala de ATS y de curaciones, almacén y servicios de cocina.

Jamás intervino por curiosidad ni otro interés, en los entresijos y privacidad de los datos médicos de los trabajadores, que preservábamos como secreto profesional.

Las “hospitaleras” Candelaria, Agustina, y Sampedro, escrupulosas,  exquisitas y discretas; especialmente dotadas para todas las funciones de ayuda sanitaria, fueron merecedoras juntamente con Miss Phillis, del afecto de todos nosotros, los sanitarios, y jamás se comentó ninguna queja por parte del resto del personal de la Compañía; tan solo alabanzas durante muchos años.  De igual prestigio y respeto gozaban entre las gentes del pueblo.

Estaba situado el edificio del HOSPITAL en una colina próxima a la zona residencial de la jefatura y las oficinas de la Compañía, en Pueblo Nuevo,  en dirección opuesta al pueblo de Tharsis. Nuestro Hospital era muy bonito, pulcro y confortable, como ya hemos dicho, con las instalaciones médico-quirúrgicas necesarias para la asistencia a lesionados del trabajo y para todas las funciones preventivas del Servicio Médico de Empresa.                       
 
¡Qué pena haya desaparecido!  Según me enteré años después, se sustituyó por el que fue, durante mis 10 años en Tharsis, el domicilio habitual de mi familia, con muchísimas menos posibilidades asistenciales, por su tamaño y construcción. Tal vez entonces, todo debido a la paulatina decadencia de la Compañía, fuera suficiente su nueva ubicación.  Mi antigua casa ha pasado finalmente a ser Museo Minero, actualmente cerrado, según me informaron.
 
Tras este inciso de añoranzas,  pasemos a recordar la mecánica diaria de nuestro  trabajo: Los avisos domiciliarios de los enfermos o lesionados eran llevados por un familiar  en las primeras horas de la mañana, a la oficina de los Guardas, situada en los locales de Sierra Bullones.

El Guarda, Sr. José Romero Correa, y poco después su sucesor, Sr. Antonio Zamorano, nos llevaban la lista de los avisos a nuestro domicilio. Si no había visitas urgentes en el pueblo, me iba temprano a Sierra Bullones, donde me esperaba el Sr. Cartaya y posteriormente, mi también buen amigo, Antonio Durán, para llevarme en el coche de la empresa a las visitas de los  enfermos  de extrarradio: Barrio Pino, Vista Hermosa, la Estación etc. Y finalmente a Pueblo Nuevo, para visitar a los familiares enfermos de los jefes y a los pacientes del Cuartel de la Guardia Civil  (a cuyo mando estaba el Sargento Sr.  Cadenas).

Como último destino,  la consulta del Hospital, donde al terminarla, me recogería de nuevo el coche de la Empresa, para llevarme al pueblo. Mi jornada laboral diaria concluía con la visita a los domicilios de los enfermos,  y con la siempre nutrida consulta de la antigua casa Ambulatorio.

Emociones anímicamente muy fuertes, en la asistencia a los lesionados gravemente en el trabajo, y no digamos la impotencia y el dolor que nos embargaba cuando nos comunicaban la muerte de un trabajador en Contramina, Filón Norte, o cualquier otro lugar de la empresa. Con la angustia en espera de la llegada  del Juez del Alosno, D. Juan Jiménez Orta,  que no se demoraba mucho para el levantamiento del cadáver y restantes trámites, siempre acompañando en su dolor a los familiares hasta el final.

Aunque no había consigna alguna al respecto, cuando ocurría el accidente mortal, que solía ser fulminante o inmediato, sus compañeros trasladaban al fallecido a nuestro hospital, siempre en la creencia o ignorancia de si solo estaba inconsciente o mal herido, pero creo que también lo harían con la consciencia de su muerte, para evitar una triste y fría espera en el desolado lugar del trabajo. Creo que tanto el Juez como la familia, los compañeros y nosotros, todos  agradecíamos que la espera fuese en el hospital.

Así se hizo en  los nueve accidentes mortales que me tocó sufrir en 10 años, excepto en el siguiente e impresionante caso que voy a comentar: El sonido intempestivo, agudo y persistente de la sirena en Sierra Bullones, como en otras ocasiones análogas,  anunciaba algo terrible. Cuando llegué a la carrera a su oficina, me comunicaron la muerte de un trabajador, atropellado por una vagoneta en el piso 14 de la contramina.

Bajé al lugar del accidente y me encontré al fallecido irreconocible, pues el aplastamiento por las ruedas fue sobre su cabeza. No quiero entrar en más detalles, que continúan  claros y vívidos en mi memoria y sentimientos después de tantos años. Sus compañeros me indicaron que era un minero veterano, a quién cariñosamente apodaban “Pan y Cuchara”, y al que yo conocía.
                                                                 


No podíamos justificar el traslado de los restos al hospital, dado el estado de los mismos. No recuerdo si a la llegada del Juez, bajó a contramina para el levantamiento del cadáver o fue suficiente mi informe verbal.

Otros fallecidos en accidente laboral fueron: Uno con gravísimas heridas torácico-abdominales,  por descarrilamiento del ferrocarril  de Tharsis–Corrales, muy cerca ya de nuestra estación.

Otro resultó electrocutado, a cielo abierto, cuando manipulaba unos cables para explosionar una tanda de barrenos en la Corta de Sierra Bullones.

Un cuarto accidente mortal fue  por vuelco de una excavadora,  también en la Corta,  con fallecimiento inmediato del conductor por aplastamiento.  

Otro minero murió de forma instantánea por un traumatismo craneal, ocasionado por el desprendimiento de un tablón del ensamblado que revestía las paredes del hueco del montacargas en Sierra Bullones. Cayó sobre su cabeza desde muchos metros de altura y murió fulminado, cuando entraba o salía del montacargas.

La causa de la muerte de los cuatro mineros restantes, lo fueron en Sierra Bullones o en Filón Norte, por  desprendimiento inesperado de grandes planchas de mineral, cuando los zafreros saneaban techos y paredes tras la explosión de los barrenos. O cuando el barrenero hacía el orificio con la perforadora, previo a la colocación de un barreno, y chocaba con un resto o culote, de otro barreno antiguo que, por desprendimiento de una capa de mineral, había quedado taponado sin explosionar. Con tantos años transcurridos, he olvidado los nombres de los fallecidos.
 

Continuará…

1 comentario:

markitharsis dijo...

8Excelente trabajo que nos acerca la historia de Tharsis.Buena labor por parte de Amigos de Tharsis,en investigar,explorar y averiguar,estos temas que no consta en libros escritos.Gracias a esta labor,podemos saber un poco más de la historia de nuestro pueblo a los que sentimos curiosidad,y este último escrito por parte del médico Don Alberto Bervel,está muy interesante,pués siempre quise conocer la historia de nuestro precioso hospital que me contaba mi abuela y al que descubrí hace muchas décadas,completamente destruido....Gracias, Amigos de Tharsis y a Don Alberto Bervel,por este gran escrito,de gran valor historico.