jueves, 26 de septiembre de 2013

LA VIDA EN LOS PUEBLOS MINEROS (1866 – 1914) 2ª Parte


 

Comenzó la renovación de las casas existentes, reconstruyó más de la mitad con un costo de 24 libras cada una. El alquiler de estas nuevas casas representó el 8 por ciento del coste de su construcción. Al mismo tiempo la Compañía racionalizó el diseño urbanístico del pueblo. Las casas de los mineros fueron construidas en filas, sobre un plano rectilíneo, con una plaza de mercado cerca del centro. Cada fila presentaba su parte trasera a otra fila; entre ellas estaba el cobertizo y los lavabos.
 
La dieta fue sencilla. La comida de mediodía consistía de una tajada de melón, una naranja, o una cebolla, junto con pan, el elemento principal. Por la noche había guiso de vegetales y tocino, o arroz y pescado, junto con una cantidad moderada de vino.

Muchos trabajadores criaron cerdos, y el gran aumento del número de los mismos provocó lógicos problemas, pero suministraron la mayor parte de la carne de los aldeanos, además de las cabras. Los cerdos hicieron posible la salchicha de ajo o la manteca de cerdo. Pero mucha de la comida se importaba.

Cada mañana a las cuatro, la plaza se llenaba con gentes del campo que habían traído sus productos (naranjas, uvas, melones, tomates, pimientos, etcétera), desde considerables distancias, en caballos, mulos o burros. El pan venía incluso de mayor distancia, traído junto con otros alimentos a los pueblos, en el ferrocarril de la Compañía.

En su vestimenta el minero andaluz mostró una fuerte individualidad. Su vestimenta solía consistir en una manta (manto de colores  brillantes), un pañuelo alrededor de su cabeza, o un sombrero de penachos; zapatos de lona con suelas y cordones de esparto; calzones de tela ancha hasta la rodilla, un cinturón o faja sujetando su cuchillo, tabaco y dinero. En domingo podían vestir una chaqueta de buena apariencia. En días de descanso se jugaba mucho a las cartas y a juegos al aire libre.
 
En los días de pago había baile, cante y música. Normalmente se bebía “alcohol de patata ardiente", aguardiente” si esto ocurría, había grescas e incluso puñaladas. El suministro de este alcohol a los trabajadores del sur fue el comercio más lucrativo en las minas. Las compañías hicieron lo que podían para controlarlo y evitar sus efectos, pero tuvieron grandes dificultades. Este exceso de borracheras es, por supuesto, relativo. Esto ocurría igualmente por esa época en Gran Bretaña, en las áreas de minería como en otras partes.

En Tharsis estos problemas fueron mucho menos serios que en RioTinto. Puesto que en Tharsis casi todo el terreno adyacente a las minas eran propiedad de la Compañía, fue posible la expulsión de indeseables, el control de los clubes de trabajadores, y una general supervisión social. En RioTinto, con una fuerza laboral mucho mayor (Había 9.000 trabajadores por 1889) y una mucho menor posesión de los terrenos, esto no fue posible. En cierto tiempo en RioTinto hubo una gran plaza de toros que se convirtió en foco de toda clase de trifulcas. A pesar del hecho de que parte del personal británico fueron de los principales promotores de las corridas de toro, la Compañía adquirió finalmente la propiedad de la plaza y la destruyó. Hasta llegaron a contabilizarse siete asesinatos cometidos en RíoTinto en el plazo de seis semanas.

A mediados de los ochenta, el complejo urbanístico general de Tharsis había tomado su forma característica sobre el terreno. La explotación de los filones y los problemas técnicos de acceso, fueron el principal factor determinante de la ubicación de las viviendas. Si además todo el mineral de la zona ya había sido extraído, entonces el motivo era muy lógico. Pero la calcinación, y el lavado de cerca de un tercio del mineral, fue la principal circunstancia que dio forma al desarrollo del poblado.

Para estas tareas se necesitó mucha agua. Las operaciones se realizaban en la cuenca de un río donde podía establecerse la captación.

La combustión del mineral liberaba el azufre, provocando una gran contaminación atmosférica; con los predominantes vientos del noroeste y del sudeste, el poblado de trabajadores estaba mejor situado más al occidente del Filón Norte. El “Pueblo Nuevo", donde la dirección vivió  desde poco después de los ochenta, estaba también al oeste del área de calcinación, pero más al sur, en la hendidura entre el Monte Tharsis y la colina adyacente, no lejos del cementerio Romano.

Los poblados, las minas, los cabezos, y el área de calcinación, causaban una gran impresión al visitante, imaginándose como ante el paisaje de un "Paraíso Perdido". Las enormes excavaciones a cielo abierto, los sistemas de túneles y pozos, las trogloditas condiciones de trabajo, el ruido, los humos, las escorias vertidas de los hornos, el verde, azul y rojo de los arroyos contaminados, provocaban un poderoso impacto.

Por encima de todo flotaba una gran nube azufrosa, alimentada por la llama vacilante y azul de la cima de las teleras, que provocaban densas columnas de humo blanco que se fusionaban en una masa enorme, puesta en movimiento por la acción del viento.

La misma secuencia general de asentamiento tan deficiente, que había sido experimentado en Tharsis, fue repetida en La Zarza. El problema de no disponer de un plan de viviendas fue estudiado hacia la primera década.

Fue necesario reclutar más trabajadores para la explotación a cielo abierto y para la construcción del ferrocarril. En todo caso, en la terminación del ferrocarril, hubo una dispersión considerable, unos 1.500 hombres marcharon de los pueblos, especialmente de La Zarza. No obstante, la población excedía enormemente en relación a las viviendas. En 1892 había 3.600 personas en La Zarza, en 463 casas. El hecho de que la mayoría de las casas tenían todavía dos cuartos, llevó a una mala situación. Los hombres casados no podían traer a sus familias a la mina. Una vez más, se hizo necesario un programa de edificación de viviendas, especialmente en las casas de dos cuartos, costando cerca de 30 libras cada una.

La mayoría de la fuerza laboral, tanto en Tharsis como en La Zarza, fue empleada en la explotación a cielo abierto. En verano el trabajo podía ser muy duro, con el sol reflejado en las paredes de las rocas, y el aire, en el interior de las excavaciones, que el viento no movía. En invierno, la estación de las duras lluvias, el trabajo podía ser interrumpido o se hacía  peligroso por las tormentas. El esfuerzo muscular era frecuentemente muy grande, siendo las  fracturas una causa común de lesiones.

Alrededor del estómago y el bajo vientre, los hombres llevaron puestas, aún en días de mucho calor, apretadas fajas. Dentro de ellas portaban cuchillos de usos múltiples, que se plegaban dentro de su mango (navajas), y que podían, quizás, ser utilizados si una discusión o un agravio se elevaban de tono. Estos fajines fue una parte tradicional del atuendo de los hombres, intentado proteger las partes esenciales del cuerpo contra el frío en el invierno, y contra los repentinos cambios de temperatura el resto del año. Fueron la principal defensa contra el enfriamiento y el lumbago. El invierno también trajo problemas de reumatismo,  que se combatía, preferentemente, con pulseras de bronce.

Hombres y mujeres trabajaron juntos. En las visitas efectuadas por la dirección, quedaban admirados de la capacidad de las mujeres para transportar sobre sus cabezas. Sus ingresos significaron que las mujeres más jóvenes gozaran de un salario y contribuyeran a la economía familiar. Pero estas ayudas podrían ser irregulares, aunque las mujeres fueron utilizadas tanto en los trabajos de los nuevos filones como en toda la minería de la pirita, la gran demanda real de sus servicios surgía cuando se acometía el descubrimiento de una nueva zona de mineral.

La dinamita fue usada cuando el trabajo a realizar era demasiado duro o para las zonas de mineral. Los hombres con sus marrillas y rodos desmenuzaban las piedras o el mineral, llenaban las cajas y las alzaban a las cabezas de las mujeres (y, al principio, de los niños también), quienes las llevaban rampas arriba para llenar el vagón de los mulos de tiro. Los hombres llevaban delantales de cuero divididos en dos, atado debajo de cada rodilla, como los zahones de un cowboy de Tejas. Las mujeres vestían según la tradición, con faldas voluminosas y unos largos y más bien estrechos delantales rectangulares.

La explotación a cielo abierto dio origen al funcionamiento de una gran fuerza laboral de escasa experiencia, que trabajó en unas condiciones que difícilmente aportaba un beneficio social. A lo largo de una gran parte del año el agua fue escasa, haciendo muy difícil limpiarse el polvo y el sudor de ropas y cuerpos. A pesar de todo, estos inexperimentados trabajadores ganaban dos chelines y seis peniques poco después de los años sesenta de este siglo XIX. Esto posibilitó unos ingresos que fueron atractivos comparados con otras posibilidades de trabajo disponibles.

El verdadero minero, realizando las galerías, o trabajando bajo tierra el sistema de hacer cámaras e ir sosteniéndolas con columnas, recibía desde 3 chelines y 1 penique a 3 chelines y 6 peniques por día. En general, en comparación a los mineros del carbón en Gran Bretaña, los salarios eran un 20% menor. Un acuerdo de trabajo a destajo se realizaba cuando un minero pactaba mover una determinada cantidad de estéril o mineral, en unos términos acordados previamente.

Continuará...

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