El 6 de Febrero se cumple el 141 aniversario de la entrada en servicio del Ferrocarril de Tharsis. Coincidiendo con esa fecha vamos a proyectar en Corrales, en el Casino minero, el documental: “El tren minero de Tharsis”. Ya nos hemos puesto en contacto con la directiva, ofreciéndonos un local muy adecuado para la ocasión. También llevaremos una exposición fotográfica de algunas de las locomotoras que prestaron servicio en el ferrocarril.
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Se ha hablado estos días, también en vuestros comentarios, de la auditoria al Ayuntamiento de Alosno y presentada en el Juzgado de Huelva. Esta decisión, que ya dijimos puede estar motivada, desconocemos que pueda dilucidar alguna responsabilidad si no se denuncia en Valverde.
Algunos apuntáis la posibilidad que el Ayuntamiento de Tharsis vaya a ser auditado. Como esta potestad, creemos, solo la tiene el Ayuntamiento de Tharsis, y Lorenzo y su equipo no tienen por qué estar por la labor, nada se puede esperar, salvo las cuentas que se presentan al Pleno. Además derrochan complacencia a raudales.
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Hemos conseguido copia de una carta remitida por el liquidador Único de la extinta Compañía de Tharsis. Esta carta es respuesta a otra enviada por Lorenzo donde le hacia ver al liquidador cuan interesado estaba por nuestro patrimonio. Ese “interés” lo hemos comprobado todos, venderlo por chatarra.
Suponemos que el liquidador se sentiría más que burlado cuando se ha enterado que el alcalde ha hecho lo contrario de lo que decía. Lo advertía claramente en su escrito: “tengo la obligación de obtener los mayores beneficios de los bienes que se me han entregado para venderlos y repartir el numerario que obtenga entre los acreedores”
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Se ha hablado estos días, también en vuestros comentarios, de la auditoria al Ayuntamiento de Alosno y presentada en el Juzgado de Huelva. Esta decisión, que ya dijimos puede estar motivada, desconocemos que pueda dilucidar alguna responsabilidad si no se denuncia en Valverde.
Algunos apuntáis la posibilidad que el Ayuntamiento de Tharsis vaya a ser auditado. Como esta potestad, creemos, solo la tiene el Ayuntamiento de Tharsis, y Lorenzo y su equipo no tienen por qué estar por la labor, nada se puede esperar, salvo las cuentas que se presentan al Pleno. Además derrochan complacencia a raudales.
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Hemos conseguido copia de una carta remitida por el liquidador Único de la extinta Compañía de Tharsis. Esta carta es respuesta a otra enviada por Lorenzo donde le hacia ver al liquidador cuan interesado estaba por nuestro patrimonio. Ese “interés” lo hemos comprobado todos, venderlo por chatarra.
Suponemos que el liquidador se sentiría más que burlado cuando se ha enterado que el alcalde ha hecho lo contrario de lo que decía. Lo advertía claramente en su escrito: “tengo la obligación de obtener los mayores beneficios de los bienes que se me han entregado para venderlos y repartir el numerario que obtenga entre los acreedores”
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Con respecto a la publicación del libro de Checkland, ya hemos realizado el primer y más importante tramite, ponernos en contacto con los editores. Esperamos conocer los requisitos sobre derechos de autor y salvar este tramite. Os dejamos una parte del capítulo 6.
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Checkland S.G.:” The mines of Tharsis: Roman, French and British enterprise in Spain”
Capítulo 6: Ernesto Deligny. El redescubridor olvidado. (1ª Parte)
En torno a 1850, el noroeste de Europa estaba ya sintiendo las poderosas zarpas de la industrialización. Gran Bretaña estaba a la cabeza, formando a una nueva raza de hombres de negocios, ciencia e ingeniería. Alemania y Francia con sistemas de formación técnica bastante avanzados con respecto al modelo británico, se pusieron pronto a la zaga. Los hombres formados en los politécnicos del continente estaban explorando Europa en busca de nuevas oportunidades. En España, por otra parte, el desarrollo económico había sido mínimo.
En 1814, el pueblo español tras haber expulsado a las tropas napoleónicas, pareció tener, aunque por poco tiempo, el destino en sus manos. Pero los poderes tradicionales pronto se reafirmaron. El espíritu del regionalismo, insistente en una “autodeterminación” separatista, permitió a las juntas locales de terratenientes tomar el control una vez más. El dilema de España volvía a la palestra; para contar con paz social, era esencial una autocracia centralizada. Cualquier concesión a una libertad mayor produciría el peligro de los conflictos interregionales, que posiblemente terminaría en guerra civil. Hubo una sucesión de decretos políticos, unos cinco entre 1837 y 1876, intentando explicitar los poderes del Estado y las libertades del pueblo: todos serían abolidos. Los desequilibrios y la rebelión fueron endémicos; la corrupción llegó a ser tal, que se produjeron revueltas entre la muchedumbre contra la autocrática “Reina Madre” en 1854. La economía estaba asentada sobre la base de los latifundios. Tanto España, como sus hijos de Latinoamérica, veían imposible desarrollar una transición pacífica, que diera el paso desde una base agraria dominada por grandes latifundistas, a la era de la industria y la democracia. El ferrocarril, el gran responsable de los milagros en el norte de Europa y las Américas, sólo tuvo un leve impacto. Había poco capital para los nuevos retos: tal y como descubriría Escobar, había una falta de decisión para asumir los riesgos que suponían los proyectos más ambiciosos.
A pesar de decretos y leyes, la riqueza mineral del país llevaba mucho tiempo sin explotar. El gobierno no tenía otra alternativa que dar concesiones a extranjeros, confiando a esfuerzos foráneos la activación de las áreas mineras. Por supuesto, se ofrecieron ayudas al desarrollo. El reto fue asumido por franceses, alemanes, belgas y británicos. En la década de 1850 los franceses, a pesar de los sentimientos de rechazo generados por la ocupación napoleónica y por la restauración forzada de Fernando VII en 1823, habían hecho de España, en un sentido industrial, casi una provincia francesa; los franceses suponían más del 90% de los extranjeros; algo más del 35% del total de la inversión francesa en el extranjero se dedica a España. Así que España, en otro tiempo una de las grandes naciones colonizadoras europeas, se convirtió, desde mediados del s.XIX, en lo que a recursos mineros se refiere, en un apéndice colonial del norte de Europa.
Pero había una diferencia. Existía una considerable burocracia en España, con importante presencia en lo que se refería a la minería. Sus inspectores eran una reminiscencia de los Procuratores Metallorum de época romana, con autoridad para la supervisión del cumplimiento de la legislación minera vigente en España. Los denuncios tenían que ser registrados siguiendo el modelo establecido, a través de cédulas o licencias; el impuesto que gravaba el Estado sobre el mineral, basado en la cantidad de mineral extraído, tenía que ser calculado y abonado; cada cédula obligaba a que un número mínimo de trabajadores, preestablecido según cada caso, debía ser empleados; la explotación debía ser más o menos continua, de otra manera un informador a través de una simple reclamación, en que se sostuviera que se tenía menos trabajadores de lo permitido, podía, si lo denunciaba, conseguirla para sí. El sistema de denuncias pudo elevar el grado de hostigamiento entre compañías mineras, implicando litigios caros y la merma de su capacidad para aumentar capital. Los ingenieros gubernamentales tenían, además, que aprobar los métodos utilizados y sus planes para nuevas instalaciones. Los extranjeros que entraron en la minería española tenían que lidiar, junto a este tipo de supervisión, con las costumbres locales de todo tipo, especialmente aquellas relativas a la adquisición de tierras, un asunto en el que la tradición tenía mucho peso, un escollo frecuente para aquellos que lo ignoraran.
Los peligros de la burocracia y la tradición, que constituían un lastre para la prospección y promotores, se hicieron evidentes de inmediato, pero superarían fácilmente por medio del optimismo especulativo.
El marqués de Decazes, el patrón de Deligny, nació en 1819. A la edad de 27 años, en 1846, era el embajador francés en Madrid. El año de las revoluciones, 1848, suspendió temporalmente su carrera diplomática y política: se retira de la vida pública. Su ya anciano padre, el Duque, había tenido una larga y colorida vida, durante la cual se había convertido en el Duque de Glücksberg, un título y patrimonio que consigue con su segundo matrimonio con una miembro de la aristocracia danesa. Su carrera política había sido extraordinaria; había actuado sucesivamente como ministro y consejero de confianza de Luis Bonaparte rey de Holanda, Madame Bonaparte y, especialmente, de Luis XVIII.
En 1826, en los descansos de la política, junto con George Humann (dos veces Ministro de Finanzas bajo la Monarquía de Julio1), fundaron la fundición de hierro y el propio pueblo de Decazeville, en el corazón de las áreas carboníferas y del hierro del Aveyron. Los hornos de tipo inglés de Decazeville producirían unas 16.000 toneladas de hierro durante el auge ferroviario de la década de 1840, quizás la segunda de mayor producción del continente. Este desarrollo industrial se llevó a cabo en la región en la que la familia había tenido siempre un papel preponderante durante generaciones. Como su propio hijo, el viejo duque había dejado la vida pública en 1848; a partir de estas fechas y hasta su muerte en 1860, se dedicó en cuerpo y alma a las mejoras en el ámbito de la agricultura y especialmente, a sus intereses industriales. Pero Decazeville, aunque supuso un hito en su momento, no pudo convertirse en la rival de otros enclaves como Le Creusot o Terre Noire, por lo poco adecuados que resultaron ser sus yacimientos de carbón y hierro. Los Decazes buscaron otras oportunidades en la industria. Y naturalmente, sus intereses se dirigirían hacia España.
El más joven de los Decazes, había estudiado los intentos por resucitar la zona pirítica de Huelva utilizando la cementación artificial. Le ofrecieron para su adquisición, dos minas de la zona, de la cual San Miguel era una, por la indudable falta de esperanza en ella de sus desalentados propietarios. Su Excelencia comisionó a Deligny para que visitara la zona y le informara.
La carrera del joven Deligny, que por entonces contaba con 33 años, un año más joven que Decazes, nos ilustran de las dramáticas diferencias entre España y Francia en la década de 1850, y en la manera en que una desarrolla su iniciativa empresarial a costa de la otra. Nacido en París en 1820, era alumno de la nueva Ecole Centrale des Arts et Manufactures, fundada en 1829 para promocionar la formación técnica y científica en Francia. Se graduó en 1842 y se embarcó en la gran oportunidad de la ingeniería de la época, la construcción de ferrocarriles. El gran Eugène Flachat, padre de la ingeniería civil de Francia, estaba a punto de comenzar la…
Continuará…