viernes, 12 de marzo de 2010

LA SABINA. 2ª Parte


el capítulo: LAS EMPRESA FRANCESAS: PIONERAS DESAFORTUNADAS, (original que pueden consultar en Internet) Lo siguiente:

La aparición de empresas francesas en la explotación de piritas andaluzas debe mucho a la acción de dos hombres, Decazes, duque de Glucksberg, hijo del ministro de la Restauración, y el ingeniero Ernest Deligny. Decaze, durante un tiempo embajador en Madrid, se interesa activamente por la animación minera del país. Las innovaciones recientemente introducidas en el tratamiento de los minerales de Rio Tinto atraen su atención y confía, en 1853, un estudio a Ernest Deligny, venido a España para participar en la construcción del ferrocarril Langreo-Gijón. Antiguo alumno de la Escuela Central, Deligny es un ingeniero de ferrocarriles, que hasta ahora ha trabajado bajo la dirección de Eugenio Flechet. Sin estar especializado en minas, pronto se deja entusiasmar por la inmensidad de montones de piritas, y registra fácilmente numerosas concesiones en un distrito hasta ahora ignorado por la fiebre minera, pero donde su iniciativa va a desencadenar una cierta especulación.

Sin embargo la aventura se revela rápidamente decepcionante. Fundada en 1853 una primera sociedad, a la que Decazes logra atraer una serie de accionistas, Deligny se lanza a planificaciones mineras costosas y discutibles. Fiel al método de extracción subterránea tradicional, busca resolver el problema de las aguas retenidas con la instalación de un equipo de bombeo costoso, y la excavación de un socavón demasiado ambicioso. Un año después de fundada la sociedad, en 1854 ya ha agotado sus recursos financieros. La explotación sólo tiene una débil capacidad productiva y, a pesar de la competencia ferroviaria de Deligny, el problema del transporte permanece sin resolver.

Gracias a los esfuerzos de Decazes, una nueva sociedad, la Compañía de Minas de Cobre de Huelva, retoma los activos y derechos de la anterior, y una junta controla desde ese momento la mayoría del capital, fijado en 6 millones de francos. El financiero Duclerc, futuro vicepresidente del Crédito Mobiliario Español, se convierte en Director General de la empresa, de la que Deligny es sólo ingeniero. La actividad se desarrolla con rapidez a partir de 1856, dando empleo a 1.500 obreros. Pero el equipo Duclerc-Deligny se revela rápidamente muy mal gestor: Los trabajos están mal organizados. La extracción es siempre subterránea, lo que permite en principio reducir las inversiones iniciales, pero crece a plazo los costes unitarios y perenniza el problema del agua. El plan general, aceptado por Real Orden en 1855, es de hecho una fuente de dificultades administrativas y costosas de realizar. De manera que la Compañía es incapaz de encontrar los 2,5 millones de francos considerados necesarios para la construcción de un ferrocarril. Por otro lado, la política comercial de Duclerc es desastrosa. Ante esta situación Duclerc debe dejar la dirección de la empresa en 1859, seguido a continuación por Deligny.

El nuevo director, Mercier, reorganiza la producción para contener los gastos. Desarrolla el refino del mineral, elevando la producción de cobre de 200 toneladas en 1859, a 1.536 en 1865. El déficit de la explotación desaparece, pero la situación de la compañía sigue siendo muy delicada, al carecer de medios financieros para construir el ferrocarril que le es tan necesario. Asaltada por litigios, de los cuales el más serio concierne a sus concesiones mineras, bajo el pretexto de no ejecución de los denuncios solicitados, es denunciada repetidas veces, y sobre todo en 1862, por un grupo detrás del cual actúa, posiblemente, Deligny.

Al fin se plantea un problema comercial justamente subrayado por Checkland y Broker. El interés francés por el cobre, o la cáscara vendida a precio demasiado bajo a una fundición de Ruán, es insuficiente para permitir el desarrollo de la empresa. Se hace necesario el acceso al mercado inglés, entonces el más importante del mundo para el cobre, y poco prometedor para el azufre.

A mediados de 1860, la compañía francesa se encuentra pues en un callejón sin salida en tres campos fundamentales: la actividad minera, el transporte, y la venta de productos. Más allá de los errores de Deligny, quien ha querido improvisarse ingeniero de minas en lugar de quedarse como el especialista ferroviario que la sociedad necesitaba. Esta situación manifiesta dificultades más profundas. Puesto que no hay mercado para una producción en masa, la empresa no puede estar más que desequilibrada, incapaz de conciliar los grandes proyectos productivos que demanda el yacimiento, y las posibilidades de venta aún muy limitadas. La empresa se encamina, si no al fracaso, al menos a una mediocre supervivencia, sin tener los medios de sacar partido de la oportunidades.

En 1850 las piritas de Huelva habrían podido prestarse a una especulación prudente, de simple toma de posición en la expectativa de ensanchamiento de los mercados. Queriendo jugar un papel pionero de verdaderos productores, los promotores de la penetración francesa en el distrito demuestran una inconciencia de los problemas, pero contribuyen sin embargo a acelerar la evolución del sector. Lo importante para el futuro no es la multiplicación de sociedades españolas. Estas son raramente productivas, y las toneladas de cobre obtenidos son siempre muy escasos. Como lo muestra el cuadro de abajo. Las sociedades creadas por Deligny y sus aliados, las más productivas son las que han sido fundadas en 1840. Aunque la Compañía del Castillo de las Guardas choca con el empobrecimiento de su mineral.

En contrapartida, el interés para con las piritas suscitado por los franceses ayuda en primer lugar a conocer mejor los yacimientos. Hasta el principio de 1850, los estudios geológicos son apenas habituales, y se producen sobre todo en Rio Tinto. Más tarde se multiplican y amplían su campo de prospección. La anticipación francesa permite, sobre todo, dar a conocer las piritas en los medios financieros y comerciales británicos. 

Continuara…

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